Freud - 1937 - Construcciones en el análisis

CONSTRUCCIONES EN EL ANÁLISIS  - 1937 – S. FREUD

   I- El fin del trabajo analítico es que el paciente cancele las represiones del desarrollo temprano y las sustituya por reacciones propias a un estado de madurez psíquica. Por eso debe recordar ciertas vivencias y las mociones de afecto provocadas por ellas. Sus síntomas e inhibiciones provienen de esas represiones, sustitutos de lo olvidado. El material para recobrar recuerdos perdidos es diverso: jirones de recuerdos en sueños, valiosos pero desfigurados por factores de la formación del sueño; ocurrencias que produce al asociar libremente, que dejan ver alusiones a vivencias reprimidas, retoños de las mociones de afecto sofocadas, así como de las reacciones contra estas; indicios en las acciones del paciente, de repeticiones de afectos pertenecientes a lo reprimido, dentro o fuera de la situación analítica. La relación trasferencial es especialmente apta para favorecer el retorno de tales vínculos afectivos. Con esto debe producirse lo deseado.
Lo deseado es una imagen confiable e íntegra en sus piezas esenciales de los años olvidados de la vida del paciente. Pero el trabajo analítico se da en dos escenarios separados, dos personas con cometido distinto. El analizado debe ser movido a recordar lo vivenciado y reprimido por él y las condiciones dinámicas del proceso son tan interesantes que la operación del analista, pasa a segundo plano. Él debe colegir lo olvidado desde los indicios que ha dejado tras sí; construirlo. Cómo comunicará sus construcciones, cuándo y con qué esclarecimientos, es lo que establece la conexión entre ambas piezas del trabajo analítico, entre su participación y la del analizado.
Su trabajo de reconstrucción es como el del arqueólogo que exhuma monumentos destruidos y sepultados, pero el analista trabaja en mejores condiciones, tiene más material auxiliar pues su trabajo se dirige a algo vivo. El arqueólogo con restos de muros que quedaron en pie levanta las paredes, así actúa el analista cuando extrae sus conclusiones a partir de jirones de recuerdo, asociaciones y exteriorizaciones del analizado. Dificultades y fuentes de error son iguales para los dos. Una de las tareas más peliagudas de la arqueología es determinar la edad relativa de un hallazgo; si el objeto está en cierto estrato, eso no decide si pertenece a éste o fue trasladado allí por perturbación posterior. Esto también se corresponde en las construcciones analíticas.
El analista tiene más ventajas sobre el arqueólogo pues dispone de material sin equivalente en las exhumaciones; por ejemplo, la repetición de reacciones que provienen de la edad temprana y lo que se muestra en la trasferencia a raíz de tales repeticiones. Además el exhumador trata con objetos destruidos de los que importantes fragmentos irremediablemente se perdieron, pero con el objeto psíquico, cuya prehistoria el analista quiere establecer se logra de modo regular lo que en el objeto arqueológico sólo sucede en felices casos excepcionales. Todo lo esencial se conserva, aun lo que parece olvidado por completo; está de algún modo y en algún sitio. Es sólo cuestión de la técnica analítica que se logre o no traer a la luz lo oculto. Solo dos hechos objetan el privilegio del trabajo analítico: el objeto psíquico es mucho más complicado que el del arqueólogo y nuestro conocimiento no está preparado lo suficiente para lo que ha de hallarse, su estructura íntima esconde aún muchos secretos. La mayor diferencia es que para el arqueólogo la reconstrucción es la meta, para el análisis sólo una labor preliminar.
II- Labor preliminar no porque deba tramitarse primero en totalidad y recién ir a los detalles, como al edificar una casa se levantan paredes y colocan ventanas antes de decorar el interior. En la técnica analítica esas modalidades van a la par. El analista logra una construcción y la comunica al analizado para ejercer efecto sobre él; construye otra pieza con material nuevo, la comunica, alternando así hasta el final. “Construcción” no es igual a “Interpretación”. La interpretación refiere a lo que se emprende con un elemento singular del material: ocurrencia, lapsus, etc. Construcción, es presentar al analizado una pieza de su prehistoria olvidada. Ej.: “Usted, hasta tal edad, creyó ser único poseedor de su madre. Al nacer su hermano perdió la exclusividad. Sus sentimientos hacia ella devinieron ambivalentes y el padre ganó nuevo significado para usted”.
Se puede pensar si hay garantía, en el trabajo de las construcciones, de no errar y poner en riesgo el tratamiento por defender una construcción incorrecta. La experiencia analítica enseña que no produce daño errar en alguna oportunidad y presentar al paciente una construcción incorrecta como verdad histórica probable. Implica pérdida de tiempo y si sólo se refieren al paciente construcciones erróneas no se logra mucho del tratamiento; pero errores aislados son inofensivos. En tal caso el paciente queda como no tocado, no reacciona por sí ni por no. Puede ser sólo un retardo de la reacción; pero si persiste, se puede inferir que se ha errado y en la ocasión adecuada se le confiesa al paciente. Esa ocasión se da cuando surge material nuevo que permite una mejor construcción y rectificar el error. La construcción falsa cae fuera como sí no hubiera sido hecha. El peligro de desviar al paciente por sugestión se ha exagerado. El analista tendría que actuar muy incorrectamente; sobre todo no haber concedido la palabra al paciente.
Valiosos indicios derivan de la reacción del paciente al comunicársele una construcción. No se debe aceptar como de pleno valor un “No” del analizado, tampoco otorgar validez a su “Sí”.
El “Sí” directo del analizado es multívoco. Puede indicar que reconoce la construcción como correcta, pero también puede carecer de significado o ser “hipócrita” si resulta útil para su resistencia seguir escondiendo, con tal aprobación, la verdad no descubierta. El “Sí” sólo posee valor si es seguido por corroboraciones indirectas; cuando el paciente produce, acoplados inmediatamente a su “Sí”, recuerdos nuevos que complementan y amplían la construcción. Sólo en este caso vemos al “Sí” como la tramitación cabal del punto en cuestión.
El “No” del analizado también es multívoco y menos utilizable que su “Sí”. Rara vez expresa una desautorización justificada; muchísimo más a menudo muestra una resistencia provocada por el contenido de la construcción comunicada, pero puede provenir de factores de la situación analítica compleja. Así el “No” no prueba nada respecto de la justeza de la construcción, pero concilia muy bien con tal posibilidad. Como toda construcción de esta índole es incompleta, apresa sólo un fragmento de lo olvidado, se puede suponer que el analizado no desconoce propiamente lo que se le comunicó, sino que su contradicción viene legitimada por fragmentos aún no descubiertos. En general, sólo dará su aprobación cuando se haya enterado de la verdad íntegra. La única interpretación segura de su “No” es, por ende, que aquella no es integral.
Así pues, de las exteriorizaciones directas del paciente después de comunicar una construcción, son pocos los indicios para saber si es correcta. Deben darse formas indirectas de confirmación. Una es el giro: “Nunca se me pasó por la cabeza”. Se puede leer: “Sí, en esto acertó usted con lo inconciente”. Por desdicha, el analista oye esto más a menudo tras interpretaciones de detalle que por comunicaciones más vastas. Otra confirmación valiosa es que el analizado responda con una asociación que incluya algo semejante o análogo al contenido de la construcción.
La confirmación indirecta con asociaciones acordes al contenido de la construcción, que tienen un parecido también, brinda buenas razones para deducir si tal construcción se confirmará en el futuro. Es notorio el caso en que la confirmación se filtra en la contradicción directa con una operación fallida. Ejemplo: En sueños al paciente aflora el apellido Jauner, sin hallar explicación en sus asociaciones. Se le interpretó que al decir Jauner quería decir Gauner (pícaro), respondió de inmediato: “Me parece demasiado jewagt” (por gewagt, aventurado, permutando la g por j).
Cuando el análisis está bajo presión de factores intensos que arrancan una reacción terapéutica negativa, como conciencia de culpa, necesidad masoquista de padecimiento, revuelta contra el socorro del analista, la conducta del paciente luego de serle comunicada la construcción suele facilitar la decisión buscada. Si la construcción es falsa no modifica nada en el paciente; si es correcta o se aproxima a la verdad, reacciona con inequívoco empeoramiento de sus síntomas.
Las reacciones del paciente son en general multívocas y no consienten una decisión definitiva. Sólo la continuación del análisis puede decidir si la construcción es correcta o inviable.
    III- Se observa en lo cotidiano del trabajo cómo sobreviene ello en la continuación del análisis y los caminos por los que la construcción se muda en el convencimiento del paciente. Sin embargo el camino que parte de la construcción del analista y debía culminar en el recuerdo reprimido del analizado no siempre lleva tan lejos. En lugar de ello, sí el análisis fue correctamente ejecutado, se logra en él una convicción cierta sobre la verdad de la construcción, en lo terapéutico rinde lo mismo que un recuerdo recuperado. Bajo qué condiciones ocurre y cómo es posible que un sustituto al parecer no integral produzca, todo el efecto, es materia de investigación ulterior.
Suele pasar que al comunicar una construcción claramente certera fluyan vívidos recuerdos de detalles próximos; rostros de las personas citadas, objetos de esos lugares, pero no el suceso propio de la construcción. Ocurre en sueños, después de la comunicación o en vigilia en estados como el fantaseo. Es viable concebirlos como resultados de compromiso: la pulsión emergente de lo reprimido, movilizada al comunicar la construcción, busca llevar a la conciencia las huellas mnémicas, la resistencia no logra frenarlo mas sí desplazarlo a objetos vecinos, circunstanciales.
Esos recuerdos serían como alucinaciones si a la nitidez se suma la creencia en su actualidad. Tal analogía es importante pues se presentan reales alucinaciones en pacientes no psicóticos. Quizás es propio de la alucinación que en ella retorne algo vivido en edad temprana y olvidado, y ahora busca acceso a la conciencia, desfigurado y desplazado por la resistencia. Quizás las formaciones delirantes en que se articulan esas alucinaciones no sean tan independientes de la pulsión emergente de lo inconciente y del retorno de lo reprimido. En el mecanismo de una formación delirante sólo destacamos dos factores: extrañamiento de la realidad y sus motivos e influjo del cumplimiento de deseo sobre el contenido del delirio. Así, el proceso dinámico sería que la pulsión emergente de lo reprimido aprovecha el extrañamiento de la realidad para  imponer su contenido a la conciencia y las resistencias excitadas por ese proceso y la tendencia al cumplimiento de deseo serían corresponsables por desfigurar y desplazar lo reprimido. Es ese precisamente el mecanismo del sueño, que antiguamente se ha equiparado al delirio.
No sólo hay método en la locura, también contiene un fragmento de verdad histórico-vivencial, esto lleva a suponer que la creencia compulsiva del delirio cobra su fuerza, justamente, de tal fuente infantil. Probablemente valga la pena estudiar tales casos patológicos según las premisas aquí citadas y encaminar de igual modo su tratamiento. Así se resignaría el vano empeño por convencer al enfermo del desvarío de su delirio, su contradicción con la realidad objetiva y se hallaría en el reconocimiento de ese núcleo de verdad, la base sobre la cual desarrollar el trabajo terapéutico, liberando el fragmento de verdad histórico-vivencial de desfiguraciones y apuntalamientos en el presente real-objetivo, y resituándolo en los lugares del pasado a los que pertenece. Este traslado de la prehistoria olvidada al presente o a la expectativa del futuro es así también en el neurótico. A menudo, cuando un estado de angustia le hace prever que algo terrible sucederá, simplemente está bajo el influjo de un recuerdo reprimido que querría acudir a la conciencia y no puede: recuerdo de que algo terrible ocurrió ciertamente en aquel tiempo. Tales empeños con psicóticos enseñarían mucho aunque el éxito terapéutico les sea denegado.

Las formaciones delirantes de los enfermos aparecen como equivalentes de las construcciones que se edifican en el tratamiento analítico, intentos de explicar y restaurar, que, es cierto, bajo las condiciones de la psicosis sólo pueden conducir a que el fragmento de realidad objetiva que uno desmiente en el presente sea sustituido por otro fragmento que, de igual modo, uno había desmentido en la temprana prehistoria. Se podría analizar asimismo los vínculos íntimos entre el material de la desmentida presente y la represión de aquel tiempo. Así como la construcción produce su efecto por restituir un fragmento de biografía del pasado, también el delirio debe su fuerza de convicción a la parte de verdad histórico-vivencial que pone en el lugar de la realidad rechazada. También al delirio se aplicará que el enfermo padece por sus reminiscencias. 

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